…Cuando la quilla de la vida roza
los corales ocultos en la costa deseada, ocultos a dos pies de mar, los
listones de madera se resquebrajan como papel de seda. Y el miedo se multiplica
en la mirada todavía infantil de un hombre que navega entre la adolescencia y
la juventud. El agua no es espejo de futuro cuando hiela la incertidumbre de un
fondo sin fondo. El mar hizo una cuna en su caída por la borda evitando que los
arrecifes devoraran el cuerpo entre coloridos zarpazos. La mente salió de su tumba de oscuridad para
abrir sus ojos tan azules como el cielo que refleja los caprichosos colores de
la eternidad en forma de líquido elemento.
Sus brazos respondieron a la fuerza de las turbulencias
por un túnel de turbulencias submarinas. Y se dio cuenta de que buceaba con los
ojos muy abiertos hacia ningún sitio. Había escuchado alguna vez a su abuela
materna, inspirada en sus delirios cuando relataba la vida como una poesía
eterna, velo de sus frustraciones, pátina de amor sobre la carcoma de la
tristeza, que de existir el cielo debía estar en el fondo del mar. Y durante un momento sintió la ingravidez, el
silencio que permitía escuchar las voces de su alma, resonancias de una vida vivida y por
vivir. Entre la danza de delfines
curiosos, acariciado en su espalda por la raya gigante, coqueta y presumida
sintió los latidos del corazón minúsculo en su mente. Los latidos de su hija en
el océano de su madre fueron en ese instante proa de su presente. El faro
volvió a iluminar el horizonte. Luz de emociones y afectos, a veces guía, a
veces cegadora presencia, irrumpiendo en la tormenta del vivir, ventanas de
recuerdos soleados en las tardes de verano, dilemas que no aparecían,
encrucijadas que no se abrían en un camino que creía en línea recta, mientras
dibujada curvas en su imaginación para hacer el viaje más emocionante.
Despertó repentinamente de su
sueño, tan vívido que tuvo que dar una profunda bocanada al aire para sentir la
sensación de la anhelada superficie. El amanecer se colaba por las rendijas que
la contraventana que dejaba ver el campus en el que nunca pensó que fuera a
estar. La piel dorada de su mujer se entremezclaba con el oleaje de sábanas
esculpidas por el amor. Y muy cerca, en la habitación contigua, la camita de su
hija de 4 años era un paraíso de sueños
indescifrables. Stanford le había abierto sus puertas con una beca por sus
trabajos en comunicación simbólica que, ahora quería trasladar a la comprensión
de la enfermedad mental. Miró desde la
ventana el horizonte californiano, la luz que cubría los trazos de noche que se
disipaban como fantasmales presencias aburridas de esperar otro cuento
infantil. Sentía en ese instante una
profunda felicidad, un instante más que recorría los laberintos de aquellos años
convulsos de adolescencia cuyo camino abrieron sus padres siempre creyendo en
su corazón, en la nobleza de unos ojos que nunca supieron mentir, que lloraron
y rieron, se burlaron de las formas
convencionales del vivir entre marcas y marcos. La insoportable lentitud con la
que parecía avanzar por los territorios inexplorados de la existencia, la
universidad a distancia, la distancia de la universidad hasta encontrar un
espejo unidireccional a través del cual recogió el sufrimiento de Alicia más
allá de espejismos. Palabras que no expresaban lo que las manos y las lágrimas
cuestionaban con su enigmática sonrisa. La locura y la cordura danzando entre
pinceladas de delirios y relatos que adquirían nuevas formas en su mente.
Preguntas que en sueños se respondían entre colores y dibujos ajenas al sentido
común. Hoy no acudiría a la Universidad.
Preparaba despacio el equipaje. Porque en dos días estarían volando a casa. Las
olas de otro mar, el sur en sus entrañas, viento que le acompañó al nacer, tal
vez para salvarle la vida. El faro erguido en la galerna, la incertidumbre y el
deseo de oler la bahía.
Al vestirse se miró el muslo,
columna de muchos partidos y carreras por la banda guiando un palo de hockey,
como sabueso que persigue a la liebre. En el seguía grabado un tatuaje. Un
ancla sombreado y una leyenda… “Me niego a Hundirme”. Sonrió. Y el espejo salpicado de mar de
grifo, le devolvió la mirada de su padre.
Nunca pudo recordar el momento en
el que ese dibujo se plasmó en su piel. ¿Fue él? ¿Fue la atlante que le salvó
de las profundidades? Algún día, quizás, en un sueño, se desvelará el misterio
que solo es un recuerdo que le permite seguir escribiendo la historia de su
vida amando a raudales.
2 comentarios:
Muy buena entrada. Me encanta que empiecen a nacer más a menudo.
Muy buena entrada. Me alegro de que nazcan más a menudo.
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