…
Nadie recuerda cuando se instaló en aquel viejo torreón. La oscuridad empapaba las paredes de piedra caliza,
tiñendo de sombras los rincones por los que se deslizaba la silueta de un
hombre aparentemente marcado por la angustia.
El
ventanal de madera y cristal lo miraba suplicante cada atardecer, como
queriendo animarle a que abriera las puertas para regalarle un suspiro de paz.
Pero el silencio, cuando no el llanto, ocupaban el anfiteatro de su existencia
en aquel espacio por nadie compartido.
Recuerdos
de heridas del alma, olor a enquina, a reproches que en forma de cuentas de un
rosario entrelazado en las nudosas manos del mito familiar, susurraban la
oración narcotizante de un espíritu quebrado. El calvario de una mente que
deliraba entre sueños, en sus prolongados duerme vela, escuchando la sonata que
los golpes de mar componían, sin saber que el escritor se ataba al mástil de su
Argos, para no caer en las manos de sirenas anhelantes de libertad.
Una
botella, salvadora de su naufragio imaginario. Una botella, catalejo con el que
divisar la desdicha. Realidades fantasmales que descomponían en pedacitos de
dolor y pesadumbre la risa de los niños, las conversaciones familiares… Botella
que disfrazó al artista en clon de su propia pista de circo. Botella con la que
sintió el poder de dirigir la sinfonía del amor al servicio de los cuidados.
Tropiezos, quejas, folios que se apergaminaban en los mil rincones de esa
estructura de piedra situada en ninguna parte.
Paco,
el tabernero al que solo veía por las noches, cuando estaba ya el viejo
desdentado recogiendo las mesas y fregando el suelo de baldosas desgastadas más
por el paso de los años que por los de los visitantes, le servía de la frasca
dorada el elixir curativo. Sus ojos llorosos, grandes y expresivos, siempre
fieles a las emociones del escritor, se clavaban en él con serena paciencia.
Una paciencia que fue posando en las espaldas de aquel joven de apariencia
vieja, de mirada adolescente y de andar de vaquero.
Una
mañana, muy de mañana, con el alba, el despertar tuvo una presencia inesperada.
La resaca del mar que nunca había visto, que siempre oía como martillo pilón en
sus sienes embalsamadas por el alcohol, dejó sitio a sus ojos vidriosos, de
azul desteñido por el paso de los tragos…
-Buenos
días...
Dos
mujeres de edad indeterminada, de belleza indeterminada, estaban enredando en
aquel salón circular. Al abrirse el balcón por primera vez en muchos años, la
luz obligó a cerrar los ojos pitañosos al escritor.
Creyó
estar en un delirio alcohólico, pero tampoco se asustó. Había escrito en ese submundo
dantesco más de una vez y en él reconocía realidades forjadas desde sus íntimas
heridas vitales.
Alegría
y Creatividad sonrieron.
Alegría
parecía más mayor… Bastante más.
-Buenos
días… Perdona este brusco despertar. Disculpa a Creatividad. Es mi hija
adoptiva. Es autista, así que no habla. Pero te entiende.
Limpiaron
con parsimonia aquel habitáculo circular. El blanco encalado de las paredes
interiores se empachaba de sol que se colaba a raudales por las ventanas
superiores y el balcón al sur. Rosas de pitiminí, jazmines y geranios remataban
la barandilla de roble de aquel amplio y bello mirador. Un sillón de mimbre de
amplia culera, custodiaba una mesa de mármol.
Se
sentaron los tres en la terraza. Y el escritor, aturdido pero expectante, pudo
mirar al horizonte. No vivía en un torreón. Al mirar hacia el exterior pudo ver
la belleza del entorno, la rueda del molino de agua, las enredaderas
acariciando las paredes. El jardín de suave pendiente hasta la cancela que
abría el paso al camino de la playa.
El
cantarín chillido de los sobrinos dejándose caer con sus bicicletas por el
empedrado, como trampolín a las olas cercanas.
Creatividad
y Alegría cogieron la última botella que guardaba en la alacena. Y lentamente
bebieron hasta que la última gota se evaporó del fondo del calidoscopio
cristalino.
Nuestra
embriaguez es tu serenidad. No somos necesarias en tu vida, porque siempre hemos
existido en ti. Amamos tu talento, tu silencio, tu paciencia. Te amamos.
Siempre te hemos amado. No te pedimos que nos ames. Pero ahora sabes que existimos.
Siempre hemos existido en tu alma. Y al irnos, nos quedamos. Nos emborracharemos
sin ti, porque en ti vivimos desde tu niñez.
…
Cuentan los paisanos del lugar que el molino es un lugar extravagante. Pero
todos están encantados de sentir que es parte de la vida del pueblo. Cenas en
el jardín, tertulias en la tasca donde el tabernero abraza al escritor cada
tarde sirviéndole su mejor queso de cabra… Exposiciones de jóvenes que acuden al
olor del dinero de los turistas y bohemios… Y libros. Libros que se venden, que
se leen, libros que se reescriben, como él. Reescribió su vida en un acto de
amor que transmite serenidad, alegría y una creatividad sorprendente, algunas
veces sorprendida mientras quiere ponerse guapa.
Un
acto de amor… Propio… Que los demás disfrutamos.
1 comentario:
Es bueno saber que hay muchos delirantes en el mundo, que a traves del arte de las palabras pueden traspasar las fronteras de la realidad para ir mas alla. Poner la mirada donde el mundo a olvidado. Realmente un gusto leer tu alma. Muchas gracias
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